Estaba tan cansado que en su mente lo único que ansiaba era darse un baño
y después ir a dormir. Cuando salió de la fábrica de madera en su jeep no lo
pudo creer. Hacía frío. Eran las ocho y media de la noche cuando llegó a su
casa. Dejó el libro “El mito de Sísifo” sobre la mesa. Se puso triste al subir
las escaleras. Su mujer hacía más de un año que lo abandonó. Apenas llegó al
cuarto de baño se desnudó y metió a la ducha. Se estremecía de placer cuando su
cuerpo recibía los chorros de agua caliente. Todo su cuerpo se relajaba. Cuando
la cascada excitante le acariciaba la nuca, el cuello, sus espaldas, sentía
algo así como pequeños orgasmos. El recuerdo de sus hijos, del sueldo que a fin
de mes recibiría, pasó a segundo plano. Era fascinante aquel paraíso acuático
con burbujas y vapor. De pronto, el sofocante calor. Estaba absolutamente solo
en medio del desierto. Ni un alma. Ni una planta a su alrededor. Sólo arena y
sol. ¡Dios, esto no tiene sentido! Luego vino la tristeza. Los recuerdos del pasado se volvieron en preocupaciones
del futuro. No tenía norte ni sur. La angustia penetró en su ser. Se puso a
mirar el sol con dificultad y mientras lo miraba inesperadamente un viento
gélido, extraño, comenzó a golpear su cuerpo desnudo. Encorvado
tiritaba. Entonces, oyó una voz misteriosa que decía: «¿Es que acaso la
naturaleza no cuenta para ti?.» El no reparó en esa voz. «¿Qué hay de la
naturaleza?», insistió esa voz.» «¡Ah, la naturaleza!», reaccionó el hombre con
nerviosismo. «De eso se encargan las transnacionales. ¿Por qué estoy aquí?» Y
la voz reclamó: «Los hombres destruyen la naturaleza. Las cascadas son
destruidas por las fábricas. El ser humano es maltratado por las máquinas...
¡Eres cómplice!». «No es así», se defendió el hombre. «Quizá lo hago por necesidad.
¿No sé hacia dónde voy? A veces me dan ganas de suicidarme.» Pero la voz lo compadeció: «Alguien, que
siempre ha estado contigo quiere ayudarte. No caigas en el absurdo, en la
angustia. Estás a tiempo de evitar que lo verde se vuelva gris, que la esperanza
se convierta en la nada...». «Seré un hombre nuevo», dijo con
humildad. «¡Sí, voy a cambiar! Buscaré otro empleo, reharé mi vida... »
Cuando estornudó se dio cuenta de que el chorro de agua estaba frío.
Cerró rápidamente la llave y cogió una toalla.
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