Por: Máximo Ortega
Hace
más de quinientos años nadie hablaba de la existencia del continente ahora
conocido como América. Ni siquiera se pensaba que la Tierra era redonda. Peor
imaginarse en los medios sofisticados de transporte actuales y en las
telecomunicaciones… (Si Atahualpa hubiera tenido un fax o un celular a
mano…)
Hace
sesenta años era impensable hablar de que Europa se uniera en un solo país. Y
ello por su decadencia: su moneda es única. Cuarenta años atrás era por demás inaudito que en Estados Unidos un
negro llegara a la presidencia de dicho país. Sonaba a fantasía que un
afroamericano “gobernara” al mundo desde la Casa Blanca… (Y pensar
que en la década de los sesenta, en algunas ciudades estadounidenses a los
negros se les prohibía sentarse en los asientos de los buses o ingresar a un
restaurante). Hasta hace treinta años era imposible mirar a un jugador negro
en un equipo de fútbol europeo. Veinte
años atras, nadie hubiera creído que en Latinoamérica algunos países tuvieran
gobiernos con ideología de izquierda. En ese entonces, hablar del Ché Guevara era prohibido, se
corría el riesgo de ser considerado guerrillero. El Manifiesto del Partido
Comunista era el peor libro que se podía encontrar en la mochila de un
estudiante. Y
así por el estilo, hace pocos lustros nadie se imaginaba que la China y la India hoy sean las economías
que más crecen en el mundo. O que la misma China “comunista” se ubique hoy en
segundo lugar en el ranking de países con más multimillonarios… O que Bolivia
tuviera un presidente indígena… O que en EE.UU. se diera un ataque terrorista como
el que ocurrió con las torres gemelas, etc., etc.
Al
ritmo como se vienen dando estos sucesos (extrañamente, lo que antes tardaba miles
o cientos de años, ahora ocurre en pocos años, meses o días) no sería nada desatinado
imaginar para después de quince años lo siguiente: que los latinoamericanos, o
los africanos, miraremos ingresar por nuestras fronteras a cantidades de norteamericanos,
o europeos, o japoneses que vendrán huyendo de sus países, por causas muy
extrañas. Y que nuestros gobiernos controlarán a los ilegales, y nuestros ciudadanos
comenzarán a despreciarlos: les darán los peores trabajos… Y que una señora indígena,
o talvez una de color, le comentará a su amiga su desacuerdo con que una hija suya
se casara con un gringo de ojos azules, porque no podría soportar el qué dirán
de la gente, pues, además, él es de clase baja y ha venido a quitarles trabajo…
¡Puede pasar!