EN ANTOJO DE ESCRIBIR

EN ANTOJO DE ESCRIBIR
La cueva de los Tayos (Ecuador)

martes, 4 de noviembre de 2014

POR CULPA DE TU NOMBRE






Por: Máximo Ortega



Usted se despierta una mañana muy temprano. Quiere averiguar sobre una documentación que tiempo atrás había enviado para optar a un trabajo. Sale de su hogar con la esperanza de recibir buenas noticias. Mientras camina por las calles se sorprende al mirar los extraños vehículos que van y vienen por aire y tierra. Después de buscar con mucha dificultad la dirección, llega, por fin, hasta el edificio donde se encuentra la oficina de empleos. Sube al décimo piso. Se pone contento al ver que no tiene que hacer fila: hay poca gente hablando alrededor de una mujer calva sentada a un escritorio. Avanza con timidez. Quizá por el olor que desprende su cuerpo, lo empiezan a mirar como a un bicho raro. Cabizbajo, se acerca a una silla. Minutos más tarde, oye que la mujer les dice a los que la rodean que se retiren a sentar, que después volverá con ellos. Ahora ésta le clava la mirada y le dice descortésmente que se apresure. Mientras se aproxima, ella disfruta mirándole de pies a cabeza. Al llegar al escritorio, lamentablemente, y sin que nadie le pregunte, usted comienza a dar su nombre. De pronto, ve usted que todos los que allí están se miran las caras con sorpresa en medio del silencio. Después, que uno que otro cuchichea, con probabilidad groserías. Observa usted algo desconcertado que la mujer calva empieza a revisar unos archivos en los cajones del escritorio, y que saca una hoja y la lee con el ceño fruncido. A continuación, hace una seña al guardia que está parado en la puerta. Luego, usted mira que éste llega hasta un tablero electrónico empotrado en la pared del fondo de la oficina, y que pulsa unos botones. Se pone nervioso y quiere a toda costa salir de ahí. No obstante, segundos después, se tranquiliza: no cree haber hecho nada malo. Se anima a preguntar a la mujer del escritorio qué es lo que está pasando, pero se arrepiente: ese instante ve ingresar por la puerta a tres policías. Intuye que algo malo va a pasar. Los mira acercarse hacia usted. Empieza a trasudar. Al llegar donde usted, sorpresivamente, le dicen que está detenido. Cree que se trata de una broma, pero al sentir que dos de ellos le sujetan los brazos se pone nervioso. Quiere decir algo, pero no le salen las palabras. La gente sonríe. El tercer policía le revisa las palmas de sus manos sin que usted sepa por qué lo hace. Enseguida, lo esposa. Los dos policías lo llevan hacia afuera; pero usted, después de caminar pocos pasos, se detiene con brusquedad y pide que le expliquen los motivos por los cuales le arrestan. El tercer policía se acerca donde usted y, con prepotencia, le manifiesta que cuando se acercó, momentos atrás, donde la mujer del escritorio, no debió mencionar su nombre, ni tampoco poner su nombre en la carpeta de documentos cuando los había mandado por lo del empleo. Usted alega, extrañado, que lo del nombre era necesario, para que supieran de quién se trataba. El mismo policía, al ver que la mujer aún no termina de llenar unos documentos, le replica con desdén que no debió haber puesto el nombre en el sobre ni en ninguno de los papeles de la documentación, y peor mencionar su nombre en público, pues todo ello constituye un grave delito. Añaden al unísono los policías que lo sujetan, que en el mundo todo opera solamente con códigos.
¿Por qué eres pretencioso? tercia la mujer, forzando una sonrisa al tiempo que le entrega los documentos al policía que le puso las esposas. Usted permanece callado y sorprendido: quizá no comprende qué es lo que le están diciendo.
¡Mira! le explica el tercer policía a la vez que le muestra la palma de su mano derecha, todos tenemos un código que nos identifica y sólo tú no lo tienes.
Usted sigue en silencio, ahora con el rostro lleno de desconcierto y miedo.
¡Qué raro! vuelve a intervenir la mujer con cierta lástima, me parece que eres el único en el mundo.
Usted, buscador de trabajo, lleno de pasmo, se mira las manos y comprueba que las tiene normales. Entonces, con el rostro pálido y con voz casi inaudible, les dice que le disculpen, que no lo sabía. Y es más, hasta les jura, que nada de esto sabía debido a que desde hacía muchos años que no salía de su refugio y que por tanto lo deben dejar libre. El tercer policía, con tono fuerte, le recuerda que cualquier persona puede ignorar la ley, pero que ésta no olvida a nadie. Agrega, después de una pausa, y en tanto da entender a los dos policías con una mueca algo burlona que es hora de llevarlo, que así es el presente y que no puede hacer nada para evitar detenerlo porque la ley es la ley. Usted, al tiempo que sale sujetado por los dos policías, reacciona con voz levemente encolerizada:
Entonces, ¿por qué ustedes no me detuvieron antes, cuando mandé los papeles?
Los dos policías se detienen después de mirar al tercero, que está detrás de usted. Este ahora se pone frente a su cara y le grita que no lo hicieron porque no sabían exactamente dónde estaba escondido…
Pero concluye, por suerte, te has venido a entregar personalmente.
Usted, desmoralizado, y con la idea de dar un nuevo giro al asunto, le manifiesta que llegó hasta esa oficina para comprobar si había llegado su documentación y de paso saber si le iban o no a dar trabajo y nada más. Los tres policías ríen. La mujer del escritorio y el resto de gente, también. Usted agacha la cabeza. Resignado, se deja llevar por los policías a la cárcel. Y mientras sale de la oficina se fija en un calendario que está cerca de la puerta y se queda sorprendido. Ve en primer plano el rostro de una mujer calva, debajo el mes de septiembre con sus días y al lado, en números grandes, el año 2065.

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