Por Máximo Ortega.
Uno de los escritores que más discusiones sigue suscitando dentro del
mundo de la literatura contemporánea, es sin lugar a dudas el checo Franz Kafka (1883-1924)[1]. Bien vale, por tanto,
bosquejar algo acerca de la personalidad y obra
literaria de este genio, autor de La Metamorfosis, El Castillo, El Proceso… Pero al hablar de Kafka, tenemos inevitablemente
que mencionar un sinnúmero de aspectos que rodearon tanto su persona cuanto su obra: la
angustia, la imaginación, la
fantasía, la locura, el pesimismo, la
soledad, la estética, el miedo, la
rebeldía. Sin embargo, tocaremos sucintamente
algunos puntos.
La crítica
literaria contemporánea sitúa a Kafka dentro de los precursores de la literatura existencia! y del
absurdo. Además, por sus pasajes oníricos, muy frecuentes en la mayoría de sus obras, se lo calificaría de
expresionista y de surrealista, y por qué no, también, de realista mágico. Sea como fuere, lo cierto es que a
este mago de la narrativa, que a propósito
no fue reconocido durante su vida por su producción literaria (muchos otros
genios, injustamente, tampoco
lo han sido: Vicente
Van Gogh, Beethoven…), lo que
le interesaba fue darnos a comprender, con sus escritos, que el hombre está en una constante, pero imposible y complicada lucha contra el medio, contra la realidad histórica: la sociedad mediocre e injusta, el poder económico, político y social degenerado, la administración de justicia cada vez más corrupta, la pérdida de los valores morales, en fin. En esta parte, bien
valdría decirse, frente a esta serie de
obstáculos, lo que algún crítico de
Kafka ya lo dijo: "¿Para qué ser
pájaro en un mundo lleno de jaulas?"
Aunque
parezca paradójico, Franz Kafka no escribió precisamente con el
afán de publicar o de sobresalir, o
de buscar el elogio de la crítica literaria de ese entonces (así lo confirman
la destrucción de varios de sus escritos, y
la prohibición a su amigo Max Brod
para que publicase sus
obras maestras, prohibición que, por ventaja, no fue acatada por éste); más bien, diría que
escribía con el
objeto de desahogarse. Sí, de
desfogar ante el acoso de una retahíla de adversidades
por las que tuvo que pasar durante su
angustiosa vida: la prepotencia de su
padre, el autoritarismo de su jefe de trabajo, el fracaso amoroso, la tuberculosis...
Y lo que es más, escribía, porque la literatura fue su máxima obsesión en la vida, hasta el punto de que pudo haber caído en una neurosis
(¿locura?); así, en una carta diría: "...Todo
cuanto no es literatura me hastía y provoca mi odio, porque me molesta o es un obstáculo para mí..."[2] Podría decirse, entonces, que estos estímulos mortificantes (concepto éste acuñado por Segismundo Freud) sumados a sus emociones reprimidas: el miedo, la soledad, la angustia... serían "los culpables" del nacimiento del genio de la literatura y a su vez de la muerte del hombre olvidado.
Por otra parte, casi toda la
obra de Franz Kafka está profundamente marcada por su angustia, que está reflejada en su narrativa; así, por ejemplo, en lo referente a un objeto en apariencia accesible, que se vuelve
inalcanzable o utópico ("El Castillo"),
o en una justicia corrupta que le
impide comprender el sentido de la vida y de la verdad ("El Proceso"), o en la indiferencia de una familia que lo aísla por no "ser"
igual a ellos ("La Metamorfosis")...
Pero también es el simbolismo lo que le
da grandeza a sus
libros, así podríamos citar que el castillo (que da título a
una de sus novelas) es la representación
de una burocracia déspota; el bicho-Gregorio Samsa significaría la transformación
de la conciencia de una persona que empieza
a rebelarse contra las injusticias de
la vida; o el simio, personaje central
del cuento Informe para
una academia, sugeriría la imbecilidad
o incapacidad de ciertas personas que están al frente de instituciones culturales; o los Tribunales
de Justicia de la novela El Proceso, que
simbolizarían el triunfo de lo
absurdo del poder que oprime a la
lógica de la libertad... y así por el
estilo, se podrían interpretar un
sinfín de símbolos que se encuentran
en su obra. No obstante, es quizá la
ambivalencia o la contradicción o la
ambigüedad lo que le da valor a la
obra de Kafka; así, Albert Camus, dice
que: “Estas oscilaciones perpetuas entre lo natural y lo extraordinario, el
individuo y lo universal, lo trágico y lo cotidiano, lo absurdo y lo lógico vuelven
a encontrarse en toda su obra y le dan a su vez su resonancia y su
significación” [3] Añadiremos que este autor de lengua alemana
sostuvo que uno de los elementos que más influenciaron en su producción
literaria fueron sus sueños. Y es así que el escritor de origen judío, nos
dice: “El sueño revela una realidad que es mucho más fuerte que la imaginación.
Esto es lo terrible de la vida, lo trágico del arte.”[4] Como
vemos, sus sueños “reales” más su existencia “irreal” influyeron notablemente
en la muerte-vida del escritor checo. Al respecto cabe preguntarse si en verdad
¿fueron sus sueños, o los escritos de él, como persona que soñó esos sueños, lo
que ha perdurado hasta nuestros días? En esta parte, no está demás citar a
Miguel de Unamuno: “Cuando un hombre dormido e inerte en la cama sueña algo,
¿qué es lo que más existe, él como conciencia que sueña o su sueño?[5]
Es esta, pues, la situación de
este genio atormentado que no pudo acoplarse a la sociedad de su tiempo (que
vivió, si se quiere, resentido y atosigado, en medio de la desconfianza y la
impotencia) y que le dejó una pesimista huella en su personalidad, a tal punto de que podría haber creído que la tragedia era su destino; aunque no descartaba que
algún día sería iluminado por una luz de esperanza. Albert Camus, en cierta forma, lo consolaría con estas palabras: "En esta rebelión que sacude al hombre y le hace decir: "Eso no es posible" hay ya
la certidumbre desesperada de que "eso" es posible" [6]
Falta poco por hablar. Sí, solamente queda por decir que ni los terribles espectros que se agolpaban en el dédalo de su angustia, ni la sombra tenebrosa que tejió
la telaraña de su muerte pudieron evitar que se apague el pensamiento lúcido de este ser humano cuerdo que vivió en medio de un mundo lleno de locos.