Por: Dr. Máximo Ortega Vintimilla
En los tiempos actuales, no debería
sorprender el hecho de que la criminalidad pueda ser considerada como un
síntoma de normalidad dentro una sociedad, en vez de ser el producto de una
patología social. En igual se diría del delincuente, al que se le consideraría,
en general, como una persona normal, porque “también viola las leyes, y de
hecho cada vez son más los ciudadanos
normales que lo hacen”[1], tal el caso
por ejemplo de los criminales económicos.
Para evitar que este análisis caiga en el
campo de los modelos o paradigmas teóricos que explican la criminalidad, lo
estudiaré desde la óptica meramente social o sociológica. Por tanto, al término
“normalidad” se lo debe tomar en sentido amplio, de allí que no me detendré a
profundizar hechos delictivos concretos que se explican por razones de
patologías individuales, o influencias criminógenas del medio, etc. Por otra
parte, tampoco quiero inmiscuirme en la polémica de que si el crimen es o no
una conducta desviada.
La criminalidad es un mal; pero en cierta
forma un mal necesario, y que se presenta de manera normal en toda sociedad,
sin que por ello haya que aceptarla absolutamente. Emilio Durkhein[2]al respecto
dice: “El crimen es, pues, necesario; está ligado a las condiciones
fundamentales de toda vida social, y precisamente por esta razón es útil”.
Claro está que este autor lleva lejos su postura de crítico racial de la
delincuencia: viene a defender que el delito es dialécticamente necesario en lo
social y que cumple una especie de revulsivo salvador. Algo así como una ley
dialéctica de “contradicción de la contradicción”. Porque el delito pone
sobreaviso la conciencia colectiva y contribuye a reavivar y mantener
sentimientos comunes dentro de la vida social.
En una sociedad donde hay injusticias,
desorden económico o político, es obvio que la criminalidad hará su presencia.
Vendría a ser, entonces, una especie de termómetro social que mide el confort
de una sociedad o en su defecto, su atraso. La criminalidad serviría, por
tanto, también para medir el desarrollo o subdesarrollo de un país.
López-Rey[3], sostiene que
la criminalidad es algo que se presenta “necesariamente en toda sociedad en
tanto en ésta está un poder que la gobierne o, si se quiere, desgobierne. Que
el poder sea del Estado, el de un partido, o el de un grupo de tecnócratas o de
sociopsicólogos, como reemplazantes de los partidos políticos es irrelevante,
ya que en todo caso el poder subsistirá”. Durkheim[4],
manifiesta, por su parte, que “el crimen no se observa sólo en la mayoría de
las sociedades de tal o cual especie, sino en las sociedades de todos los
tipos. La criminalidad existe por doquier. Cambia sus formas; los actos
calificados de criminosos no son siempre los mismos, pero por todas partes, y
siempre, ha habido hombres cuya conducta ha hecho preciso una reprensión
penal”. Y, a su vez, García-Pablos[5], al comentar
sobre las tesis de Quetelet, dice que “en el pasado siglo la llamada
Estadística Moral llamó la atención sobre la existencia en toda sociedad de un
volumen constante, asombrosamente regular, de criminalidad. Que ninguna
sociedad podría eludir el pago de un tributo delictivo, tan inflexible y
certero como la tasa anual de nacimientos o defunciones. Que en términos
estadísticos esto significaría que ciertas cotas de criminalidad son
intrínsecas al sistema mismo: un fenómeno, pues, social, natural, no
patológico”.
Ahora bien, no quiero sostener que una
sociedad deba aceptar la normalidad de la criminalidad, es decir ser
indiferente y fatalista. Se debería destacar por tanto la idea del
determinismo, o mejor, destino, en la que se acepte que siempre habrán ricos y
pobres, criminales y víctimas. Por otra parte, una sociedad no puede ser
perfecta o vivir con mucho confort (países subdesarrollados por ejemplo) para
que de esta forma desaparezca la criminalidad en su totalidad; eso sería una
utopía. En cualquier sociedad es difícil, por no decir imposible, que se llegue
a un equilibrio total y que se haga desaparecer la criminalidad; lo importante
es reducir la tasa de ésta, en base a programas preventivos. No hay que esperar
que se cometa un delito para hacer gala de las leyes penales con su efecto
disuasorio -a veces muy represivo-, sino más bien, hay que prevenirlo en base a un control social
informal: en la escuela, colegios, familia… y sobre todo, con un mejor reparto
de la riqueza de un país.
En el social el factor más determinante de
la criminalidad y que es consecuencia de lo económico político (En el caso de
un delincuente, también es el factor social el que más influye en su conducta
delictiva sin que por ello se subestime las causas biológicas y psicológicas).
Si una sociedad se encuentra mal, si tiene desequilibrios internos,
inevitablemente tendrá problemas de criminalidad. Y dentro de estos
desequilibrios tendríamos los jurídico-políticos, los sociales, los morales y
los económicos, siendo estos últimos los más importante: mala administración de
los recursos por parte de los gobernantes, que generaría una mala distribución
de la renta nacional, dando lugar a que se amplíe la brecha entre ricos y
pobres, también estaría el exceso de corrupción generada sobre todo por los
delincuentes de cuello blanco -que operan en altas esferas del Estado-, añadida
a la pésima educación y falta de cultura de un pueblo. Asimismo, un país con
toda esta clase de desequilibrios, en donde, lógicamente, la riqueza está en
manos de unos pocos; y. La gran mayoría, ignorante, no posee nada, estará
destinada a tener serios problemas de criminalidad (en que se incluiría la
convencional: delitos contra la propiedad, contra las personas…), y a su vez
esto nos avisaría que hay que corregir defectos en la medida de los posible
para evitar graves consecuencias. Esta sociedad inevitablemente tendría que
cambiar y dar paso a otra más justa, ya que de no ser así caeríamos en una
violencia general: rebeliones, represión… y ahora que está de moda la
criminalidad económica (delitos fiscales, monetarios, contrabando, en fin) y
que es cometida por personas de alto status social entre los que estarían los
delincuentes de cuello blanco, el Estado debería poner más énfasis para
combatirla, sobre todo con una regulación jurídica acorde a los tiempos
modernos. Por tanto, no sólo el Estado y la sociedad deben detenerse a controlar
-a veces “excesivamente” y sin buenos resultados -la criminalidad convencional
y que se opondría a la anterior ya que generalmente es cometida por personas
del pueblo, de la clase mediabajas.
Para concluir, vale decir que la sociedad
está sujeta a una especie de efecto dominó, es decir: si una sociedad anda mal,
habrá problemas de criminalidad y por ende, la familia, que viene a ser la
víctima de aquella, generará criminales; es decir, individuos como
“instrumentos criminales” debido al mal funcionamiento de la sociedad y la
familia.
FIN
[1] GARCIA-PABLOS, Antonio. La normalidad del
delito y el delincuente. En Revista de la Facultad de Derecho de la U.
Complutense de Madrid, # 11, 1986, pág. 330.
[2] DURKHEIM, Emilio. Las reglas del método
sociológico, Edit. Orbis S.A., Barcelona, 1985,
pág. 79.
[3] LOPEZ-REY, Manuel. O.C., pág. 185.
[4]
DURKHEIM, Emile. O.C., pág. 75.
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