EN ANTOJO DE ESCRIBIR

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La cueva de los Tayos (Ecuador)

miércoles, 29 de octubre de 2014

LA NORMALIDAD DE LA CRIMINALIDAD COMO PARTE INTEGRANTE DE LA SOCIEDAD




Por: Dr. Máximo Ortega Vintimilla
En los tiempos actuales, no debería sorprender el hecho de que la criminalidad pueda ser considerada como un síntoma de normalidad dentro una sociedad, en vez de ser el producto de una patología social. En igual se diría del delincuente, al que se le consideraría, en general, como una persona normal, porque “también viola las leyes, y de hecho  cada vez son más los ciudadanos normales que lo hacen”[1], tal el caso por ejemplo de los criminales económicos.
Para evitar que este análisis caiga en el campo de los modelos o paradigmas teóricos que explican la criminalidad, lo estudiaré desde la óptica meramente social o sociológica. Por tanto, al término “normalidad” se lo debe tomar en sentido amplio, de allí que no me detendré a profundizar hechos delictivos concretos que se explican por razones de patologías individuales, o influencias criminógenas del medio, etc. Por otra parte, tampoco quiero inmiscuirme en la polémica de que si el crimen es o no una conducta desviada.
La criminalidad es un mal; pero en cierta forma un mal necesario, y que se presenta de manera normal en toda sociedad, sin que por ello haya que aceptarla absolutamente. Emilio Durkhein[2]al respecto dice: “El crimen es, pues, necesario; está ligado a las condiciones fundamentales de toda vida social, y precisamente por esta razón es útil”. Claro está que este autor lleva lejos su postura de crítico racial de la delincuencia: viene a defender que el delito es dialécticamente necesario en lo social y que cumple una especie de revulsivo salvador. Algo así como una ley dialéctica de “contradicción de la contradicción”. Porque el delito pone sobreaviso la conciencia colectiva y contribuye a reavivar y mantener sentimientos comunes dentro de la vida social.
En una sociedad donde hay injusticias, desorden económico o político, es obvio que la criminalidad hará su presencia. Vendría a ser, entonces, una especie de termómetro social que mide el confort de una sociedad o en su defecto, su atraso. La criminalidad serviría, por tanto, también para medir el desarrollo o subdesarrollo de un país.
López-Rey[3], sostiene que la criminalidad es algo que se presenta “necesariamente en toda sociedad en tanto en ésta está un poder que la gobierne o, si se quiere, desgobierne. Que el poder sea del Estado, el de un partido, o el de un grupo de tecnócratas o de sociopsicólogos, como reemplazantes de los partidos políticos es irrelevante, ya que en todo caso el poder subsistirá”. Durkheim[4], manifiesta, por su parte, que “el crimen no se observa sólo en la mayoría de las sociedades de tal o cual especie, sino en las sociedades de todos los tipos. La criminalidad existe por doquier. Cambia sus formas; los actos calificados de criminosos no son siempre los mismos, pero por todas partes, y siempre, ha habido hombres cuya conducta ha hecho preciso una reprensión penal”. Y, a su vez, García-Pablos[5], al comentar sobre las tesis de Quetelet, dice que “en el pasado siglo la llamada Estadística Moral llamó la atención sobre la existencia en toda sociedad de un volumen constante, asombrosamente regular, de criminalidad. Que ninguna sociedad podría eludir el pago de un tributo delictivo, tan inflexible y certero como la tasa anual de nacimientos o defunciones. Que en términos estadísticos esto significaría que ciertas cotas de criminalidad son intrínsecas al sistema mismo: un fenómeno, pues, social, natural, no patológico”.
Ahora bien, no quiero sostener que una sociedad deba aceptar la normalidad de la criminalidad, es decir ser indiferente y fatalista. Se debería destacar por tanto la idea del determinismo, o mejor, destino, en la que se acepte que siempre habrán ricos y pobres, criminales y víctimas. Por otra parte, una sociedad no puede ser perfecta o vivir con mucho confort (países subdesarrollados por ejemplo) para que de esta forma desaparezca la criminalidad en su totalidad; eso sería una utopía. En cualquier sociedad es difícil, por no decir imposible, que se llegue a un equilibrio total y que se haga desaparecer la criminalidad; lo importante es reducir la tasa de ésta, en base a programas preventivos. No hay que esperar que se cometa un delito para hacer gala de las leyes penales con su efecto disuasorio -a veces muy represivo-, sino más bien,  hay que prevenirlo en base a un control social informal: en la escuela, colegios, familia… y sobre todo, con un mejor reparto de la riqueza de un país.
En el social el factor más determinante de la criminalidad y que es consecuencia de lo económico político (En el caso de un delincuente, también es el factor social el que más influye en su conducta delictiva sin que por ello se subestime las causas biológicas y psicológicas). Si una sociedad se encuentra mal, si tiene desequilibrios internos, inevitablemente tendrá problemas de criminalidad. Y dentro de estos desequilibrios tendríamos los jurídico-políticos, los sociales, los morales y los económicos, siendo estos últimos los más importante: mala administración de los recursos por parte de los gobernantes, que generaría una mala distribución de la renta nacional, dando lugar a que se amplíe la brecha entre ricos y pobres, también estaría el exceso de corrupción generada sobre todo por los delincuentes de cuello blanco -que operan en altas esferas del Estado-, añadida a la pésima educación y falta de cultura de un pueblo. Asimismo, un país con toda esta clase de desequilibrios, en donde, lógicamente, la riqueza está en manos de unos pocos; y. La gran mayoría, ignorante, no posee nada, estará destinada a tener serios problemas de criminalidad (en que se incluiría la convencional: delitos contra la propiedad, contra las personas…), y a su vez esto nos avisaría que hay que corregir defectos en la medida de los posible para evitar graves consecuencias. Esta sociedad inevitablemente tendría que cambiar y dar paso a otra más justa, ya que de no ser así caeríamos en una violencia general: rebeliones, represión… y ahora que está de moda la criminalidad económica (delitos fiscales, monetarios, contrabando, en fin) y que es cometida por personas de alto status social entre los que estarían los delincuentes de cuello blanco, el Estado debería poner más énfasis para combatirla, sobre todo con una regulación jurídica acorde a los tiempos modernos. Por tanto, no sólo el Estado y la sociedad deben detenerse a controlar -a veces “excesivamente” y sin buenos resultados -la criminalidad convencional y que se opondría a la anterior ya que generalmente es cometida por personas del pueblo, de la clase mediabajas.
Para concluir, vale decir que la sociedad está sujeta a una especie de efecto dominó, es decir: si una sociedad anda mal, habrá problemas de criminalidad y por ende, la familia, que viene a ser la víctima de aquella, generará criminales; es decir, individuos como “instrumentos criminales” debido al mal funcionamiento de la sociedad y la familia.

FIN









[1] GARCIA-PABLOS, Antonio. La normalidad del delito y el delincuente. En Revista de la Facultad de Derecho de la U. Complutense de Madrid, # 11, 1986, pág. 330.
[2] DURKHEIM, Emilio. Las reglas del método sociológico, Edit. Orbis S.A., Barcelona, 1985,  pág. 79.
[3] LOPEZ-REY, Manuel. O.C., pág. 185.
[4] DURKHEIM, Emile. O.C., pág. 75.
[5] GARCIA-PABLOS, Antonio. Ultima O.C., pág. 272.

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