Por: Máximo Ortega
«¡Qué progresos! ¡Qué
irrupción, desde todos los ángulos, de los rayos del conocimiento en el cerebro
que despierta! ¿Por qué negarlo? Esto me hacía dichoso».
Informe para una
academia
Franz Kafka.
- ...Y bien, señores, es hora de
presentarles al nuevo miembro de mi gabinete de gobierno. Me refiero al doctor
J. L. Martin, quien se hará cargo de la cartera de Ecología. Como bien saben,
el doctor Martin tiene el privilegio de no haber nacido por inseminación
artificial. Claro está, señores, que este eminente personaje se integró de
lleno a la vida política hace más de dos años y como ustedes pueden ver, lo ha
hecho de manera sorprendente, digna de elogio... Sí; su vertiginoso ascenso, o
si se quiere evolución, dentro de nuestra sociedad ha sido asombrosa. No cabe,
por lo tanto, la menor duda de que nos sabrá dar muchas satisfacciones en lo
que resta de mi período... Ah, por cierto, es digno de mencionar que el doctor
Martin cuenta con una sorprendente hoja de vida, siendo lo más importante su
doctorado en Ecología Espacial obtenido en el extranjero… Para terminar mi
intervención, vale recalcar que el doctor Martin conoce bastante sobre la
situación crítica por la que está atravesando nuestra naturaleza, aparte de que
también es muy entendido en cuestiones de derecho, filología antigua y
diplomacia… Debemos tener mucha fe en él... Bien, no quiero seguir
cansándolos... recibamos con un fuerte aplauso a mi flamante Ministro, el que
se dirigirá a ustedes...
-Gracias, muchas gracias… Antes de
proceder a presentarles mi plan de trabajo como Ministro de Ecología, quiero
contarles una historia que fue la
que me motivó a aceptar esta cartera de Estado. Resulta que hace un año, en mi último viaje de placer, allá por un
planeta del Sistema K 981, mientras hacíamos un recorrido por una especie de
centro de atracciones al mando de unos guías turísticos, alcancé a observar con
sorpresa cómo los habitantes de aquel planeta maltrataban a un homo sapiens,
cada vez que pasaban por su lado. Con cierto recelo, después que conversé con
el resto de mi grupo, pedí a los guías, en el idioma de los habitantes de la
comunidad de Eradne, que nos dejasen acercar para observar a aquel humano que
se encontraba ubicado al fondo del local. Mientras nos acercábamos nos pidieron
que no nos pasásemos de una línea blanca detrás de la cual estaban unos jóvenes
habitantes de ese planeta. Al llegar a su lado nos causó sorpresa el hecho de
que le estuvieran rociando al pobre humano con un líquido que le producía
llagas, todo con el afán de divertirse, y sin que nadie dijera nada. Me puse
triste. Como saben, los humanos son diferentes a nosotros, pero no por ello
podemos negar la estrecha relación que tuvieron con nosotros, aunque, eso sí,
una relación cruel… No hace falta recordarles los trabajos humillantes a los
que nos tenían condenados desde antaño. Claro que uno que otro de los nuestros,
no lo negamos, alguna vez sí llegó a tener un buen trato, e incluso alcanzó la
gloria. No en vano la historia nos cuenta de un tal Bucéfalo… y, es más, hasta
en esos libritos de ficción se hablaba de un tal Rocinante, en fin… uno hasta
llegó a ser cónsul… no recuerdo su nombre…
Pero bueno, volviendo al tema, esos seres de Eradne gozaban torturando al
infeliz humano, que por cierto, era grande y de pelaje blanco. En verdad que me
dio pena mirar aquel sádico espectáculo… y digo pena porque ya suficiente
castigo debió de haber tenido, al igual que los de su especie, con lo del
destierro masivo del que vienen siendo víctimas desde hace muchos años.
Recordarán ustedes que éstos, que no son muchos, sistemáticamente fueron
dispersados por casi todos los rincones del universo con el propósito de evitar
que se junten, apareen… y lo que es peor, vuelvan a provocar guerras… Sabemos
todos que antaño los humanos dominaban a todas las especies que poblaban este,
nuestro planeta, pero que por su maldad, egoísmo, hipocresía, racismo entre
ellos mismos, les ha ido mal, muy mal… Cuando veía a aquel humano sufrir en
demasía, el que para aquellos jóvenes y para los que me acompañaban no pasaba
de ser un bicho raro, me sugestionaba a tal punto que tenía la impresión de ser
yo mismo quien padecía dicha tortura. ¿No será porque nuestro código genético
es parecido al de los humanos?… Bueno, lo cierto es que mientras todos
observábamos en silencio, algunos sonrientes, el desgraciado se quejaba de
forma espantosa por aquel líquido que le producía llagas. Y puesto que su
idioma era ininteligible, más que hablar, aullaba. Con disimulo planté mi vista
en uno de los torturadores que parecía ser el mayor. Surtió efecto puesto que
codeó al uno, cogió del brazo al otro y se alejaron. El homo sapiens, que tenía
ojos claros, se tranquilizó. Luego, como reconociendo en mí a alguien familiar
que alguna vez vivió junto con los de su especie, me dirigió una serie de
gestos, al tiempo que articulaba palabras algo inteligibles, sobre todo
monosílabos. Por lo visto trataba de comunicarse conmigo, sin lograrlo. Los que
me acompañaban mostraban cierta sorpresa ante lo que estaba ocurriendo. El
humano, con desesperación, se esforzaba por escapar de esa especie de jaula en
la que le habían puesto. A ratos me daba ganas de intervenir en su favor, de
pedir que lo dejasen en libertad, pero no podía, por obvias razones. Así, pues,
momentos después, en vista de que teníamos que ajustarnos a lo programado en el
viaje de turismo, pedí a uno de los guías continuara con el recorrido, lo cual
fue bien visto por todos. Estábamos retirándonos cuando logré oír unas cuantas
palabras que me sonaron algo conocidas, palabras que alguna vez en nuestros
archivos interactivos creo haberlas escuchado. Me detuve y con rapidez me volví
hacia el humano. Los demás seguían avanzando. Al mirarlo con detenimiento el
humano tenía la boca cerrada. Creí que las palabras que había oído eran pura
imaginación mía. Sin embargo, a los pocos segundos, con sorpresa, empecé a
escuchar unas pocas palabras que salían de su boca y que para mí no fueron
difíciles de entender. Sentí la
necesidad de conversar con él como quien averiguaba algo más sobre esta
especie… Sin contratiempos pedí permiso al jefe de los guías, que supervisaba
aquel paseo espacial, para acercarme hasta el humano. Aceptó de mala gana y con
la condición de que me acompañara un guía… No tuve más remedio que limitarme solamente
a escuchar a aquel humano desnutrido y lleno de heridas, cortes y llagas en
todo su cuerpo desnudo… Por ventaja me habló en voz baja, temía que el guía
pudiera entender lo que hablaba. Me pidió que intercediera para que lo
liberaran y aceptaran como programador de computadoras en cuarta dimensión, o
como reparador de robots para ancianos, que eran trabajitos que nadie quería
hacerlos… Que su anhelo era superarse intelectualmente en favor de las ideas
pacíficas… que odiaba las guerras ya que también por culpa de éstas, que eran
constantes y de gran magnitud, colapsó su especie… Concluyó que no perdía
la esperanza de algún día, junto con otros de su especie, formar una nueva y
mejor civilización, aunque fuese en el más alejado de los planetas deshabitados
del cosmos, puesto que el planeta Tierra, que ahora es de nosotros los
caballos, hacía muchos años que había dejado de pertenecerles…
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